Los años pasaban y el luchaba por ser como los demás adolescentes no-bolsas (a excepción de su vecino el chico-mierda). Iba al cole, desayunaba, le pedía salir a las chicas mas guapas, se llevaba calabazas. Pero hubo algo que jamás pudo hacer.
Al no tener ojos no podía jugar a la consola, le habían dicho que era algo tan divertido que soñaba todas las noches con ello, hasta el día que robo una en un centro comercial. Pero llegado el fatídico momento comprendió que jamas sería como los demás niños, pues no tenia cuencas para implantarse ojos, y jamas jugaría a la consola.
Así que ese mismo día murió de tristeza y se quedó ahí to muerto en el sofá sosteniendo el mando de la consola a la que nunca pudo jugar.
Y ahí sigue, porque según su madre " Da asco tocarlo y de todas maneras tampoco hace feo en el salón".
Por lo que la moraleja de esta historia es que si tu vida va mal, cállate la puta boca y da gracias de no ser un Chico Bolsa.